TIJUANA POSTCARDS
Tijuana Postcards: Wish you were here!
Al comienzo fue el turismo.
Al inicio del siglo veinte, el turismo se asienta como actividad en auge en el contexto de una sociedad cada vez más urbanizada. Ya no sólo es el viaje como derecho a la ilustración o a la aventura. Sino ya es el sistemático afán de recorrer, de poblar de incidentes, de tener algo recordable a la hora de las conversaciones. El turismo se institucionaliza. En las páginas de la literatura están esas estancias, del aventurero, del hombre de su tiempo que rompe los atavismos y las ligaduras con una sociedad sedentaria. Aunque hay que aceptar que las guerras coloniales impulsaron otra clase de turismo: las guerras en los Balcanes, las grandes conflagraciones europeas de comienzos de siglo (imperios desintegrados, repúblicas emergentes, nacionalismos al borde de un ataque de nervios); las incursiones filibusteras en los países pobres south of the border. Gradualmente se asienta la idea, como una irrupción de la modernidad o del mundo como una vasta aldea recorrible, ahora con método, prevenciones, planes previos y costes tarifados. En el caso de Tijuana, hay que señalar que los sistemas de transporte en forma rápida se establecen, con la idea de la competencia tan cara al capitalismo depredador: un ejemplo, las diligencias del negro americano William Reuben, que traían gente al pueblo de una sola calle polvorienta. Inicialmente, el motivo fue para muchos la novedad de lo forastero, de visitar otro país, exótico y distinto; para otros, fue el turismo de salud, al que acudían, atraídos por los veneros de aguas termales, primero y duradero atractivo de este sitio.
La coartada de las postales
A inicios de siglo veinte gana fuerza la industria de la tarjeta postal. Impresas a partir de fotografías convencionales y después coloreadas con un procedimiento litográfico o en offset. Se venden por miles y desde Tijuana -y las demás ciudades del turismo-, se enviaban al gran territorio de las barras y las estrellas y a los países de Europa. En las tiendas de frágil maderamen se ven los grandes y toscos letreros: “Postcards”. Desde aquí eran enviadas a Kansas, a San Louis Missouri, a Los Angeles, a la familia que espera en Nueva Jersey. La imagen que desean ofrecer es un amable villorio, constelado de estímulos evidentes: los bares, el casino, una imagen de funámbula alegría por doquier. Algunos de los mensajes afirman: “sé que no es el verdadero México, pero…». Te escribo desde aquí: “the place where the beer flows”. Por ahí circula una foto en formato postal donde Scott Fitzgerald sonríe a la cámara del anónimo fotógrafo, mientras Zelda atestigua al lado. La materia prima de las postcards es el exotismo, la venta abusiva de imágenes de alteridad, de novedad radical, de la contraparte cultural. Hollywood no se arredra en la construcción de estos mundos imaginarios que los turistas pagan por encontrar. Queda pues, el recurso de la escenografía, que tan buen resultado dio en el Casino Agua Caliente, con las marimbas típicas, los bailes, el Patio Andaluz y la enorme guacamaya sobre el hombro del capataz Alfonso. Se trata a toda costa de vender la imagen de un mundo alterno, donde confluyen diversas tradiciones y etnias (si es posible). El casino es retratado en todos sus rincones: en la alberca, cerca del Minarete, los patios alfombrados de verde césped, los estanques, el Salón de Oro, lugar de fiestas increíbles. Otro registro de calidad es el cinematógrafo; habrá que revisar The Champ (King Vidor) e In Caliente (Lloyd Bacon), ambas de los años treinta, para apreciar el ecléctico fasto arquitectónico de las estancias del casino. Los turistas advienen en gran número al poblado fronterizo, como lo hacían en el siglo XIX, en carretas jaladas por caballos (a la manera del Pony Express). Los Fords T refuerzan esta movilidad turística, la estética moderna del desplazamiento. Y llegan en estos resistentes autos por caminos de terracería, en busca de un mundo distinto (the brave new world), al momento áureo de la relajación y el exceso. Hay que señalar que a partir de los años sesenta la industria de la tarjeta postal empieza a declinar como tal.
Breve intermedio histórico
En el transcurso histórico de la postal en México, hay mucho que revisar: las adecuaciones técnicas del bostoniano Mark Turok, quien yendo de paso por nuestro país, funda una empresa comercializadora de postales y se queda para siempre. El papel de la postal, como elemento de registro durante la Revolución mexicana, tema que apasiona al experto estadunidense Paul Vanderwood, a quien por cierto, se le agradece la reconstrucción visual de los sucesos de 1911 en Tijuana (la revolución magonista), guiado por una extraordinaria secuencia de postales tomadas en el campo de los acontecimientos. La obra de decenas de fotógrafos, es una hazaña perdurable: Walter H. Horne, Hugo Brehme, Charles B. White e incluso Guillermo Kahlo; sin olvidar a los anónimos operarios de la México Fotográfica, de cuyos archivos no se supo nada y que constituyen un tesoro iconográfico de una etapa histórica crucial. Como dice el analista Edward Burian: “las postales sirven también para instituir y adornar la ficción histórica. Si bien muchos críticos reconocen su valor documental por registrar un mundo desaparecido, lo cierto es que muchas postales ilustran un mundo que nunca existió”.
La invención del turismo
En el primer medio siglo pasado, el turismo modeló a esta ciudad: le dio la estructura económica, el énfasis en el sector terciario; muchas de las actitudes-reflejo provienen de esta educación social que nos enseñó las artes y malabares de la vecindad binacional. Aunque la Avenida Revolución, espacio de esos procesos históricos sea ahora un campamento semiabandonado y agotado por la falta de pericia de los gobernantes, prevalece en la memoria histórica de Tijuana, como un emblema. El turismo es, en este sentido, una especie de verdad histórica que no se puede evadir. No sabemos, si resurgirá algún día esta vocación primigenia de la ciudad; lo sabremos hasta que se resuelva este círculo vicioso del crimen en las calles, y el festival de muertes, cuyo combustible es la impunidad. Por otra parte, hay que agradecer este recurso del turismo primitivo que garantiza un gran acervo de fotografias de Tijuana (las colecciones conocidas por su extensión y novedad, son las del finado José Castañeda Rico, la colección de Andy Williams y la del Archivo Histórico de Tijuana; la colección fotográfica de Harry Crosby es otra cosa). Hay que acudir a esa galería de postales para armar el rompecabezas visual de lo que ha sido Tijuana. En esos recuadros de papel, las imágenes a veces distraídas y en otras, extrañamente fijas, hay escenas del pasado sin mistificar. En estos archivos, aún por inventariar hay una visión enciclopédica de Tijuana en sus albores: la transición de un poblado fronterizo agitado, polvoriento y sin ley, que da paso a la trepidante ciudad que ahora conocemos (también agitada, polvorienta y sin ley). Las postales han guardado secretos de la ciudad aún sin desvelar (traza urbana, lugares insospechados, perfiles históricos, procesos, festividades, una atmósfera casi fílmica que esplende en estos recuadros de tosco cartón anacrónico). Hace falta un hermeneuta avezado, un adicto a las imágenes, un escrutador visual que con audacia, ponga sus conclusiones, sus hallazgos sobre la mesa. No seré yo.
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EN RESUMEN.
Un libro extraordinario para los lectores que desean conocer a los verdaderos pilares de la cultura y educación de Baja California.