top of page

RUBÉN VIZCAINO: SEÑAS DE IDENTIDAD

Rubén Vizcaíno (1919-2004) ha sido un personaje decisivo de la cultura bajacaliforniana:

Por la variedad de sus aportaciones, por su larga militancia en la trinchera de la creación y la tolerancia y por su fe indeclinable en esta mística, que ocupó toda su vida. Este libro presenta un repaso de quienes lo conocieron y constataron su calidad de maestro y su insólita personalidad. Los testimonios coinciden en trazar a un personaje de impresionante vehemencia, con una persuasión y tenacidad infrecuentes en una sociedad, como la nuestra, poco inclinada a la cultura. En la variedad de anécdotas que aquí se agolpan está su lucha contra la burocracia y la indolencia, su talento para encabezar proyectos de interés colectivo y de enorme dificultad. Vizcaíno es un hombre que llegó a la frontera y se convirtió en un referente y un mentor de generaciones. En la frontera de los años cincuenta, una zona marcada por el aislamiento y el desfase cultural, Vizcaíno supo que lo urgente era construir instituciones, forjar alianzas, insistir –a contracorriente- en las iniciativas civilizadoras. Deja una obra literaria y cultural que es necesario valorar desde el apunte, la reflexión y el contraste meticuloso de contenidos y persistencias.


Muchas de las anécdotas que se refieren aquí tienen ya una sustancia mítica, porque pertenecen a un espacio de fundaciones y ecos históricos, ya lejanos para muchos de nosotros. Vizcaíno fue un hombre de frontera, un pionero, un adelantado, un filósofo combatiente y consecuente con sus actos y su prédica. En una sociedad mezquina, pragmática, propensa a la gazmoña repetición de frases huecas, él era un buscador de verdades, de experiencias estéticas, cuyos hallazgos compartía con generosidad entre alumnos y conjurados.


En su plática y su escritura, desfilaban los grandes temas: la historia traicionada, las razones de la filosofía, los dilemas de la condición humana, la necesidad de la historia como un catálogo de advertencias, el sentido del humor que reventaba cualquier asomo de solemnidad. Es innecesario decir, que la ausencia de Rubén Vizcaíno, ha vuelto más débil y vulnerable nuestro proceso cultural, ante un horizonte de incertidumbre y desinterés social.
El profesor Rubén Vizcaíno llegó a Baja California en una época de construcción de instituciones, de caos político, de ubicuo comenzar en todos los sentidos. El contexto: la colonización gradual de la península, la política bronca de Braulio Maldonado, los cacicazgos escudados en la indefensión colectiva. Como marco de fondo, el boom turístico de la posguerra y una sociedad con urgencia de puntos de referencia en ciudades en transformación continua. En este ambiente, el nacionalismo de Vizcaíno y su sentido casi místico del valor del arte y el conocimiento, dirigieron su acción pública como educador y hombre de letras.


Este libro quiere recordar la vida de Rubén Vizcaíno entre nosotros, dedicada tercamente a sus obsesiones, a la sustancia de su larga vida: la difusión cultural, el asedio a la identidad cultural, la promoción de las letras y las artes. No es posible ignorar su confianza militante en los valores universitarios, en la cultura como fuerza transformadora y el papel del periodismo como medio de educación colectiva. En un ambiente acostumbrado a regatear los reconocimientos o dejar los homenajes a la suerte de los cambios sexenales, es relevante señalar que este homenaje colectivo, parte de una iniciativa independiente. Por ésos y otros motivos, los ensayos de este libro se extienden como un medio de valoración y aprecio sobre la vida y la obra de este hombre irrepetible.
Es indispensable valorar la larga biografía de Rubén Vizcaíno (1919-2004): sus logros y su compromiso con la cultura. Promotor cultural, fundador de instituciones, hombre de letras y artes, interlocutor del poder político, crítico social, hombre de tertulia. Quizá, lo que llama la atención de inmediato es el sinnúmero de vidas que modificó, al colisionar con ellas. El réquiem por Vizcaíno es el de una generación, una atmósfera y una tradición que se extingue con él. Un artista apasionado, un predicador desoído y un hombre de acción. Eso lo distinguió: ser artífice de la palabra, un convencido del poder catártico de la cultura, de la acción cultural.


Deja tras de sí una herencia del saber hacer; una ética constantemente puesta a prueba. Su urgencia fue la creación de lo necesario. Una reacción ante la falta de museos, de lugares para la cultura, de orquestas, de espacios para las bellas artes. La tarea regenerativa que le confería a estos espacios era casi mística. Sin embargo, esa visión mesiánica de la cultura no le impedía acometer la dimensión práctica. El activismo incesante, los monólogos a la intemperie, la tarea conspirativa de hacer posible las actividades culturales. Era el interlocutor autodesignado y además legítimo por lo que representaba. Al término de las conferencias se levantaba su mano impaciente. Y su discurso comenzaba falsamente inseguro hasta alcanzar la trémula inflexión de la prédica o del manifiesto. Le tocó convivir con una generación, donde escaseaba la reflexión y la crítica social. Una generación de periodistas o políticos para los cuales su proyecto de vida y preocupaciones eran poco menos que incomprensibles.

“A orillas del río Tuxpan escuché por primera vez la palabra Tijuana”


Así comienza una entrevista con el repaso ya frecuente de su vida (Puente México). Narra una serie de causas azarosas que lo llevaron al rumbo fronterizo. Luchador olímpico en su juventud, estudiante de filosofía, le toca ver la llegada de los exiliados españoles después de la Guerra Civil; seguir con ánimo pasmado y temeroso los avatares de la Segunda Guerra Mundial desde la febril atmósfera defeña. Cultiva en esos años una sólida formación filosófica, la costumbre del debate y la infección por los temas de la época (la filosofía de lo mexicano, la prédica existencialista, por ejemplo). Después, en un vuelco de su vida, se convierte en vendedor itinerante; llega promoviendo los cromos de Jesús Helguera a estas vastas intemperies y se queda definitivamente en la península. Mexicali es el escenario que lo recibe a inicios de los años cincuenta. La militancia en partidos inclasificables, la política bronca del Valle, las disputas por el poder dejan huella en su carácter. Gracias a su pericia verbal se convierte en discursero profesional -carne de presidium- y comparte el ánimo levantisco de la ambición política. Le toca atestiguar la gestión de Braulio Maldonado y la creación de las instituciones sociales relevantes. Se desplaza a Tijuana por razones que siempre prefirió menospreciar. Llega y se atrinchera en la redacción de El Mexicano, en la militancia cívica de diversas causas nacionalistas. Es funcionario en el gobierno municipal, comenzando los afanes culturales en esa instancia y se va transformando en lo que lo conocemos: maestro de generaciones, profesor, activista, editor de publicaciones.


No hay qué olvidar que al llegar a la entidad, lo recibe la intemperie, una atmósfera de pioneros, un territorio por civilizar, con leyes simples, que se reducían a una: la sobrevivencia. Se dedica por un tiempo a la política. Las fotografías de ese entonces lo perfilan: enorme, concentrado y vehemente en el micrófono; en una larga mesa, rodeado de colonos (obreros, viejos, mujeres y niños) en actitud de gravedad y trascendencia. Hay alguna otra, en cierta ceremonia cívica, en enérgico uso de la palabra, ante locales reinas coronadas y las fuerzas vivas, que nunca lo aceptaron del todo. En una sociedad devota de valores prácticos y comerciales, un poeta, un educador, un hombre de letras, es visto como un marginal. Al poco tiempo se desengaña de la política regional y se encierra en un individualismo, en la independencia radical de la que no saldrá. Desde el principio encontró su cauce de identidad: la educación, el fomento cultural en el páramo, la acción directa. Esa fue la atmósfera de sus trabajos y sus días: la civilización, la fundación de proyectos, la desmesura urgente.

Vizcaino: Un hombre de acción


Si al llegar lo recibe un estado en efervescencia. Se trata de Territorio Norte de la Baja California. Llega a Mexicali en 1952, a raros dice que como vendedor de calendarios de El Buen Tono y en otras, como fundador de una agencia de publicidad. Su familia, su esposa Rebeca, sus hijos Rogelio y Roxana. La vigencia de los partidos es por lo menos gaseosa. Hay dentro de la visión oficial, espacio para la iniciativa ciudadana. Entre los diversos caudillos regionales, muy vinculado al poder centra, Vizcaíno se las arregla para participar desde el principio. Mexicali es una ciudad fronteriza con un ascendiente agrario, dependiente de la economía del sur de California. Participa en el Movimiento de Acción Cívica con la vehemencia que ya le conoceremos. Es recluido en los separos de la policía, en medio de la pasión electoral. Su relación con la clase política es amplia y estrecha, lo que redundara en futuros planes culturales del futuro. Vizcaíno trabaja con persuasión en campañas políticas de presidente municipales, está al tanto de las gestiones para los diputados constituyentes. De manera ingenua o supremamente radical acepta liderar un complot entre diversos partidos regionales para sacar de la jugada a Abelardo L Rodríguez del proyecto de ser ungido el primer gobernador constitucional de Baja California. Se mueve como pez en el agua en la comunidad mexicalenses. Su interés bicéfalo en la vida: política y cultura, lo determina, lo condiciona, puebla de incidentes e intensidades cada día de su vida. El gigantesco “güero”” como le decían arremete, persuade, toma partido por la mayorías. Hace trabajo social, atiende a colonos para gestionar mejoras, agua, drenaje, despensas, es un político a ratos a tiempo completo. Es nombrado en Mexicali por el ayuntamiento de la ciudad, coordinador de colonias populares. El mismo desafío es inmenso en una población fronteriza marcada por la migración y el atraso en su instalación urbana. En las fotos de la época se le ve en galerones enormes, preside una ancha mesa donde se congregan colonos, ancianas, niños, expectantes de presentar y resolver sus problemas inmediatos, urgentes, terrenales. Ahí el alto funcionario municipal, rubio de ojos azules, atiende y parlamenta ante la multitud de colonos. Ni siquiera él vaticinaría en estos momentos de intensidad social, su destino de máximo promotor de las artes y la cultura del estado. En la política, Vizcaíno encuentra una de sus vocaciones, es elocuente, dueño de una gran presencia escénica, sabe usar el lenguaje como un talismán y un ariete discursivo. Más tarde la afinidad con Braulio Maldonado, inexplorada por los ensayistas prevalece y es afín a su programa de trabajo. Maldonado lo designa jefe de la Misiones Culturales de Baja California, muy a tono con el ideario vasconcelista que todavía se mantienen. Vizcaíno en esa tarea demuestra las dotes que lo harían famoso, la intensidad, la vehemencia, la confianza en la cultura clásica. Durante el movimiento estudiantil de asalto al club Campestre Vizcaíno se siente motivado a jugar el papel de mediador. No sabemos si lo logro en la medida de sus talentos. Lo que es cierto es que en artículos y proclamas él se erigió en una voz relevante durante la tirantez y las pasiones desatadas por ese hecho histórico. Mucho más tarde, en Tijuana esta misma tesitura de hombre de acción lleva a los cuerpos policiacos a encerrarlo en los separos del comandancia de la Ocho en Tijuana, el 3 de octubre de 1968. A gran distancia de los sucesos del centralismo, de la masacre perpetrada en la Plaza de las Tres Culturas, este hecho habla de la fluidez represiva de los servicios de gobernación del estado mexicano.

“Me visto con ropa del Salvation Army; leo a filósofos y a grandes poetas”


Al llegar a Baja California, lo recibe un estado en plena construcción. Enmarca esa llegada todo un inventario de cosas por hacer. No elige la comodidad del outsider, sino al contrario, la presencia militante en la primera fila. Ahí construye una interlocución con los hombres de gobierno, promueve publicaciones estatales, ve en la cultura una arma de redención. La visión peninsular lo arrebata; a esa condición telúrica le dedica ensayos y largas reflexiones. Su nueva ciudad, Tijuana le produce una conmoción, personal y filosófica. Le inspira sentimientos encontrados. Primero para él, Tijuana fue un campamento, una zona de ocupación turística, una filistea zona de genuflexión e intercambio sumiso con el imperio. Después, modifica su percepción y la acepta como un espacio de afirmación nacionalista, una Numancia presta a resistir, un laberinto febril de imágenes literarias, un campo de experimentación para proyectos temerarios, un territorio que exige el catecismo imperativo de la cultura.


Vizcaíno como hombre de letras


Su primera obra (Tenía que matarlo) es una ficción agrarista, en alto contraste. La materia de la descripción es el valle de Mexicali y los desafíos de la sobrevivencia en la tierra condenada por la sal y la escasez. Calle Revolución es un pretexto para la combustión moral, del reparto de culpas. Irrumpe la Avenida Revolución como escenario de la bajeza moral (La redención por el fuego, la vieja coartada). Hay un tono en la escritura de Vizcaíno, razones extraliterarias y cierta ingenuidad que le restan eficacia como escritor. Como poeta, el signo de su tiempo lo conduce a ser un poeta telúrico, según la tradición pelliceriana; le gusta la descripción de montañas y taludes, de la geografía peninsular, el reverbero ígneo del tiempo de las fundaciones. Vuelve con frecuencia al espacio amoroso y a la edificación moral. Como ensayista, le gusta hablar de historia, de la agenda cultural y de personajes ejemplares. La historia es su particular magneto; se detiene a repasar la vida y obra de personajes, el aliento moral que los conducía, el itinerario de sus yerros y sus triunfos, las trampas del azar sobre sus destinos. Su obra merece una selección y un filtro antológico que nos ofrezca una visión de sus intereses como escritor. Sus ascensos y caídas para aquilatar su valor en ese ámbito.


Es evidente que sus guerras moralistas encuentran en sus libros un conducto de expresión. La Calle Revolución, es didáctico, concentrado en su tarea de redención. La conversión por la escritura. Ahí el narrador se obsesiona con la salvación moral de la ciudad perdida y contumaz, que para purificarse termina en llamas. De manera clara el turismo es el fuelle pervertidor de la ciudad. Si hay la vieja consigna y anatema contra la cultura “yankee”, como emblema de la barbarie. Hay en Vizcaíno una radical extrañeza, un repudio sin ambages a la cultura americana. Lo escribió una otra vez con rudeza lo que en su versión era la amenaza americana. El turismo en esa perspectiva era el veneno contra la nacionalidad, la corrosión rápida de nuestros valores, la dejadez, la incuria y la disolvencia de nuestra nacionalidad. Hay que ver casi con extrañeza como la actitud de Vizcaíno tenía una relación espejo con el discurso federal sobre la frontera. La visión extrema que hay que colonizar, defender los valores nacionalistas, el lenguaje la identidad, en un parlamento paternal que con variantes llega hasta nuestros días. El discurso mexicano de defender el idioma, el habla, la septembrina manía de los héroes y la patria lopezvelardiana, agitaba a Vizcaíno y tocaba las fibras más sensibles del guerrero cultural.


Como poeta repetía los tics de la época. Un influjo fortísimo de Carlos Pellicer, con su manía casi religiosa de renombrar las cosas. Su deslumbramiento por el lenguaje mayestático del poeta tabasqueño. Gabriela Mistral y Pablo Neruda cumpetían en su olimpo de poetas. Hay que aceptar que su trato con los jóvenes poetas que venía de la revista El zaguán (que impulsaron aquí la revista Hojas de la UABC) lo sensibilizó respecto al lenguaje. No fue raro ver que Vizcaíno se aventuraba por los parajes de la curiosidad oriental con sus tankas y haikús. El Taller Amerindia era un poeta más, que mostraba con sencillez sus poemas a poetas de una generación anterior. Sin embargo lo que queda en la memoria son sus poemas telúricos, indagatorios, que bordan en el perímetro de la condición humana, tentaleante, auténtica. Su poesía dedicada a la península, con sus montañas, taludes y farallones recicla una tradición poderosa en México, la de la poesía telúrica, celebratoria, que busca una descripción naturalista, la voluntad del arraigo. Le impresionó durante mucho tiempo el poema de aliento mayor Salvatierra de Héctor Benjamín Trujillo, que versa sobre la estela en la península del padre mayor de los jesuitas. Nunca cesó su mirada de poeta sobre las cosas. En sus últimos escritos enfoca su mirada de poeta patriarca sobre la reina Calafia, sobre los confines inescrutables del universo, sobre la amenaza local de la política bárbara (en el poema inédito sobre la candidatura de Jorge Hank Rhon). Fiel a esa vocación su presencia de poeta se dejó sentir durante décadas. Acompañó muchas vocaciones, en sus páginas del suplemento publicaron muchos poetas primerizos. Queda pendiente la tarea de revisar su poesía, como un itinerario de una sensibilidad alerta y original, adelantada a su tiempo.


Epílogo


Hasta el año de 1996, concluye el recuento del maestro Rubén Vizcaíno sobre su propia vida. En los ocho años que le quedan de vida se agrava su enfermedad que lo hace recaer varias veces. Recibe un conjunto de reconocimientos a su trayectoria y su vida como promotor cultural y maestro de generaciones. El Teatro Universitario de la UABC es designado con su nombre, en una ceremonia encabezada por el rector Luis Manuel Garavito Elías. Se establece el nombre del Colegio de Bachilleres Rubén Vizcaíno Valencia, en solemne sesión encabezada por el gobernador Héctor Terán Terán y el secretario de educación del estado Virgilio Muñoz. Recibe el nombramiento de Creador Emérito, en su primera entrega por el Instituto de Cultura de Baja California a propuesta del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana (IMAC). Recibe además el reconocimiento máximo del Congreso del Estado en una ceremonia especial llevada a cabo en 2003. El año 2010 se establece con la iniciativa de promotores culturales e instituciones del área, las Jornadas Vizcaínas, festival cultural que busca preservar y difundir la memoria, herencia y obra del maestro Vizcaíno. Finalmente, Rubén Vizcaíno fallece en Tijuana, el 30 de junio de 2004.

  • Para una versión actualizada de este ensayo, dirigirse al Contacto de esta página web.

EN RESUMEN.

Un libro extraordinario para los lectores que desean conocer a los verdaderos pilares de la cultura y educación de Baja California.

bottom of page